Escrito por el periodista ecuatoriano Emilio Palacio:
El origen de la similitud entre las banderas rusa y ecuatoriana.
El tricolor ruso es blanco, azul y rojo; mientras, el que Ecuador heredó de la antigua Gran Colombia, fue el tricolor amarillo, azul y rojo.
Esto no se debe a una pura casualidad. Es una historia cuyo inicio se remonta dos siglos atrás.
A comienzos de 1787, el prócer de la independencia venezolana, Francisco de Miranda -uno de los inspiradores de Hugo Chávez y Correa- llegó a la ciudad de Kiev, hoy capital de la República de Ucrania y a la sazón una de las ciudades más importantes del entonces Imperio ruso, por invitación del príncipe Gregorio Potemkin, Jefe de los ejércitos imperiales y amante de turno de la emperatriz Catalina II la Grande, cuya afición por los muchachos guapos ya para entonces era legendaria.
Potemkin era un hombre inteligente, que se distinguió en la guerra contra los turcos. Fue el creador de las aldeas Potemkin, unos villorrios que se construían con fondos del estado, dotándolos de todas las comodidades de la época, para que los extranjeros que visitaban a la zarina tuviesen la impresión de que sus siervos vivían en la más completa felicidad. Algunos dicen que Potemkin en realidad quería engañar a la zarina, pero no es así; Catalina era demasiado astuta como para no conocer la realidad exacta en que se movía.
Catalina II, la Grande,
por Giovanni Battista Lampi (1751-1830).
Potemkin ya había obtenido de la Emperatriz todos los favores que de ella cabía esperar.
Ella primero lo nombró Príncipe, y luego lo designó Comandante en Jefe del Ejército Imperial. Por lo que, para entonces, andaba en busca de alguien que lo sustituya, de tal modo que pudiese deshacerse sin contratiempos de su poco agraciada amante.
Miranda se convirtió en el candidato idóneo de Potemkin cuando éste se enteró de que el venezolano visitaba Europa.
El cálculo del oficial ruso fue correcto. Apenas Catalina, de 56 años, conoció al joven sudamericano, de 37 años de edad, piel morena y pelo encrespado, se derritió por él.
Miranda también se enamoró, pero no de Catalina, la mujer, que no era muy atractiva, sino de Catalina la Emperatriz, empeñada por entonces en un esfuerzo monumental por modernizar Rusia sin conceder libertades. La emperatriz, que llegó al poder mediante un golpe de estado contra su propio esposo, hacía construir caminos, aprobaba nuevas leyes y promovía la agricultura, la industria y las artes. Le gustaba cultivar la imagen de mujer progresista. Las aldeas Potemkin eran parte de ese plan. Pero más allá de toda esa apariencia, bajo su dominio, Rusia siguió siendo un país postrado. Los campesinos se levantaron, y la Emperatriz los hizo aplastar. Los intelectuales se quejaron, y la Zarina los hizo encarcelar. Desde el trono se instruía a todos sobre cómo comportarse y cómo opinar.
Terminaron, pues, el prócer de la libertad y la Zarina del Imperio infame, en la cama, y se ha especulado que fue entonces, en una de esas noches borrascosas, cuando él le prometió que apenas Venezuela se independizase, adoptaría como emblema nacional el tricolor ruso, aunque reemplazando el color blanco de las nieves por el amarillo del sol del trópico.
Dicen algunos que todo eso es leyenda; pero nadie estuvo allí para corroborarlo o desmentirlo. Lo que sí sabemos es que, a poco, Miranda fue designado Coronel del Ejército Imperial -el mismo ejército que mataba campesinos y perseguía intelectuales-, luego de jurarle lealtad al tricolor y la Corona rusos.
Fue entonces, en una de esas noches borrascosas, cuando Miranda le prometió a Catalina que apenas Venezuela se independizase, adoptaría como emblema nacional el tricolor ruso, aunque reemplazando el color blanco de las nieves por el amarillo del sol del trópico.
Miranda había estado unos pocos años antes en Estados Unidos, y si bien admiró el potencial económico y social de la joven nación, no parece haberlo entusiasmado su régimen político republicano. Muy por el contrario, vio en George Washington, al que conoció personalmente, tan respetuoso de la constitución y las leyes, la antítesis del gobernante firme y de mano dura que, según él, hacía falta en América. Catalina, en cambio, aunque mujer, encarnaba la forma de gobierno de sus sueños: no una democracia liberal, sino un autoritarismo ilustrado.
El destino no le permitió a Miranda cumplir su promesa. En julio de 1812, un grupo de compatriotas suyos, dirigido por Simón Bolívar, lo apresó en la ciudad de San Mateo, Venezuela, para entregarlo a los españoles, cargado de cadenas. Lo trasladaron por varias prisiones, hasta que terminó en un calabozo en el arsenal de la Carraca, en Cádiz, España, donde murió a los 66 años de edad, solo y abandonado. Nadie sabe dónde reposan sus restos. Catalina había pasado a mejor vida, veinte años antes, por un ataque fulminante de apoplejía en el baño. Se inventó la leyenda de que acabó con ella un intento fallido de tener relaciones sexuales con un caballo, pero los historiadores modernos han concluido que eso sí que no es cierto.
Miranda en la Carraca,
por Arturo Michelena (1863-1898).
Le tocó a Simón Bolívar, el discípulo que traicionó a Miranda, dirigir el proceso de independencia de Venezuela y demás países que conformaron la Gran Colombia, para dotarlos luego del sistema político autoritario y la bandera tricolor con que el prócer soñó en el lecho de Catalina.
A su vez, casi todos los sucesores de Catalina, desde Pablo I hasta Vladimir Putin -un ex agente de la policía política KGB- pasando por Joseph Stalin, continuaron, en mayor o menor medida, con el proyecto de la Emperatriz de modernizar Rusia desde arriba, desde el poder, sin conceder libertades ni apelando a la democracia.
Durante unos años, de 1917 a 1991, abandonaron el tricolor blanco, azul y rojo de los zares; pero finalmente volvieron a él.>
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