Por esta misma razón, alguien bastante conocido en nuestro medio vinculó el sentimiento del amor a la práctica cotidiana y responsable de la verdad, porque consideraba a la verdad (la honestidad) la esencia de la libertad. Sólo en la verdad -decía- se puede ser libre, y para ser verdadero -misión harto difícil- hay que tener amor en el corazón, porque se requiere de mucha valentía y fe para poder enfrentar la ignorancia y el odio.
¿Acaso cree alguno que fue un corazón egoísta, vanidoso y lleno de envidia el que motivó a Giordano Bruno y Galileo Galilei, por solamente poner dos entre miles de miles de miles de ejemplos, a defender ante la Iglesia -porque la Iglesia a la sazón significaba el Estado- lo que hoy en día se considera como una irrefutable verdad, y contradecir así lo establecido por siglos como ley natural y sin contestación al declarar públicamente de que era la Tierra, y no al revés, la que giraba alrededor del Sol, y que en consecuencia la Tierra no era el centro del Universo?
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