Consumada la revuelta viajó a Colombia donde fue recibido con todos los honores; pero con el advenimiento del nuevo gobierno del Dr. Velasco Ibarra se desató en su contra una feroz persecución: Sus bienes le fueron confiscados, su casa fue adjudicada a la Marina de Guerra, y su extensa y rica biblioteca particular fue entregada a la Universidad de Loja que, no queriendo ser cómplice del robo, rehusó aceptar el despojo y la recibió sólo en custodia, para devolverla posteriormente a su legítimo dueño. Se le negó pasaporte; se le quiso quitar sus derechos de ciudadanía; se llegó al extremo de pedir en su contra la pena máxima de 16 años de reclusión mayor extraordinaria. Pero Arroyo del Río no se afectó; es por eso que, en carta del 12 de febrero de 1948, dirigida desde ciudad de La Habana al Sr. Gustavo Illingworth Baquerizo, en uno de sus párrafos le dice: “El momento de la pasión enceguecida tendrá que pasar; pasará. La acción empozoñada tendrá que hundirse, y se hundirá en la noche del remordimiento de muchas conciencias. Y, entonces, es posible que la verdad sea canción entonada por labios juveniles y luz encendida por pensamientos nuevos. Lo que dije ayer, lo que estoy diciendo ahora, lo que diré mañana, allí quedarán para vergüenza de muchos, como hitos de fuego que deslinden el campo limpio de mi acción, de los abruptos eriales de la envidia” Desde el destierro publicó en su defensa dos importantes obras de carácter histórico-político: “Bajo el Imperio del Odio” y “En Plena Vorágine”; más tarde, terminó “Por la Pendiente del Sacrificio”, la misma que debía ser publicada en 1992; esto es, cincuenta años después de la firma del Protocolo de Río de Janeiro. Lamentablemente, a pesar de haber estado impresa y lista para su edición, “por orden superior” fue incautada y se prohibió su publicación, la que sólo pudo realizarse en 1998, cuando el gobierno del Dr. Jamil Mahuad Witt concluyó el largo proceso de delimitar definitivamente las fronteras entre Ecuador y Perú, “aplicando lo estipulado en el Protocolo de Río de Janeiro.” Esta obra constituye un documento de gran importancia histórica, pues a más de ser la defensa de su gestión gubernamental, devela muchas verdades relacionadas con la invasión peruana de 1941 y la debacle militar de nuestro ejército. Su publicación hizo que aquellos que durante muchos años se llenaron la boca con discursos patrioteros y reivindicatorios, buscaran la sombra para ocultar su vergüenza, aunque hubieron algunos que tuvieron la hombría y el valor de reconocer su equivocación: “Para Verdades el Tiempo”. Sus últimos años los vivió dedicado a sus actividades particulares y al ejercicio de su profesión, y murió en su ciudad natal, Guayaquil, el 31 de octubre de 1969. El Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río fue un erudito jurisconsulto cuyo estudio profesional era un “Forum” de consultoría jurídica. Fue catedrático universitario y Rector de la “Vieja Casona”, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, de la Academia de Historia de Cartagena, del Centro de Estudios Históricos y Geográficos del Azuay, y de las Sociedades Bolivarianas de Ecuador, Colombia y Panamá. Fue un personaje controvertido en razón de su valía, con quien se cerró una época de estilo político en Ecuador y a quien le tocó actuar en la peor crisis nacional habida durante la República. Desconocido aún por sus gratuitos detractores, el tiempo y el juicio de la historia han empezado a hacerle justicia. Facetas poco conocidas de él fueron: su enorme calidad humana, delicadeza de sentimientos y callada filantropía. En 2004, con la publicación de la obra “Carlos Arroyo del Río: Mártir o Traidor”, el historiador Efrén Avilés Pino inició la reivindicación del doctor Carlos Alberto Arroyo del Río y de quien fuera su Canciller el Dr. Julio Tobar Donoso.
Consumada la revuelta viajó a Colombia donde fue recibido con todos los honores; pero con el advenimiento del nuevo gobierno del Dr. Velasco Ibarra se desató en su contra una feroz persecución: Sus bienes le fueron confiscados, su casa fue adjudicada a la Marina de Guerra, y su extensa y rica biblioteca particular fue entregada a la Universidad de Loja que, no queriendo ser cómplice del robo, rehusó aceptar el despojo y la recibió sólo en custodia, para devolverla posteriormente a su legítimo dueño.
ResponderEliminarSe le negó pasaporte; se le quiso quitar sus derechos de ciudadanía; se llegó al extremo de pedir en su contra la pena máxima de 16 años de reclusión mayor extraordinaria.
Pero Arroyo del Río no se afectó; es por eso que, en carta del 12 de febrero de 1948, dirigida desde ciudad de La Habana al Sr. Gustavo Illingworth Baquerizo, en uno de sus párrafos le dice: “El momento de la pasión enceguecida tendrá que pasar; pasará. La acción empozoñada tendrá que hundirse, y se hundirá en la noche del remordimiento de muchas conciencias. Y, entonces, es posible que la verdad sea canción entonada por labios juveniles y luz encendida por pensamientos nuevos. Lo que dije ayer, lo que estoy diciendo ahora, lo que diré mañana, allí quedarán para vergüenza de muchos, como hitos de fuego que deslinden el campo limpio de mi acción, de los abruptos eriales de la envidia”
Desde el destierro publicó en su defensa dos importantes obras de carácter histórico-político: “Bajo el Imperio del Odio” y “En Plena Vorágine”; más tarde, terminó “Por la Pendiente del Sacrificio”, la misma que debía ser publicada en 1992; esto es, cincuenta años después de la firma del Protocolo de Río de Janeiro. Lamentablemente, a pesar de haber estado impresa y lista para su edición, “por orden superior” fue incautada y se prohibió su publicación, la que sólo pudo realizarse en 1998, cuando el gobierno del Dr. Jamil Mahuad Witt concluyó el largo proceso de delimitar definitivamente las fronteras entre Ecuador y Perú, “aplicando lo estipulado en el Protocolo de Río de Janeiro.”
Esta obra constituye un documento de gran importancia histórica, pues a más de ser la defensa de su gestión gubernamental, devela muchas verdades relacionadas con la invasión peruana de 1941 y la debacle militar de nuestro ejército. Su publicación hizo que aquellos que durante muchos años se llenaron la boca con discursos patrioteros y reivindicatorios, buscaran la sombra para ocultar su vergüenza, aunque hubieron algunos que tuvieron la hombría y el valor de reconocer su equivocación: “Para Verdades el Tiempo”.
Sus últimos años los vivió dedicado a sus actividades particulares y al ejercicio de su profesión, y murió en su ciudad natal, Guayaquil, el 31 de octubre de 1969.
El Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río fue un erudito jurisconsulto cuyo estudio profesional era un “Forum” de consultoría jurídica. Fue catedrático universitario y Rector de la “Vieja Casona”, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, de la Academia de Historia de Cartagena, del Centro de Estudios Históricos y Geográficos del Azuay, y de las Sociedades Bolivarianas de Ecuador, Colombia y Panamá.
Fue un personaje controvertido en razón de su valía, con quien se cerró una época de estilo político en Ecuador y a quien le tocó actuar en la peor crisis nacional habida durante la República. Desconocido aún por sus gratuitos detractores, el tiempo y el juicio de la historia han empezado a hacerle justicia.
Facetas poco conocidas de él fueron: su enorme calidad humana, delicadeza de sentimientos y callada filantropía.
En 2004, con la publicación de la obra “Carlos Arroyo del Río: Mártir o Traidor”, el historiador Efrén Avilés Pino inició la reivindicación del doctor Carlos Alberto Arroyo del Río y de quien fuera su Canciller el Dr. Julio Tobar Donoso.