Para reflexionar:
¡Jamás en cualquier condición o punto
de vista que tengamos contribuiremos positivamente (de manera cierta, provechosa,
verdadera, efectiva) al país en que vivimos ni a nuestros hijos en la camorra!
Lo digo porque justamente tengo la firme
creencia de que la esencia de la democracia (el gobierno del pueblo, para el
pueblo y por el pueblo) es esto: la plena participación política de todos los
pareceres que conforman el cuerpo social de una comunidad.
Creerse mejor o superior a quienes con
uno no concuerdan es una postura que no busca porque no le interesa el diálogo,
sino más bien la imposición o el dominio sobre los otros. Porque no existe o se
genera de parte de los interesados un ambiente donde se practica el respeto al
otro, la base fundamental para que se mantenga y así florezca el diálogo.
Hay que recordarles, me parece, a las
personas plenamente adultas que el bien (la práctica diaria y responsable de la
honestidad, el respeto, la templanza, la solidaridad, la ecuanimidad, la humildad,
la fe, la perseverancia, el equilibrio, etc.) no es lo mismo que el mal (la
ausencia o el rechazo a la práctica diaria y responsable del bien); en otras
palabras, la paz no es lo mismo que la guerra, o vivir sano no es lo mismo que
vivir enfermo. Si queremos en nuestra comunidad vivir en paz (o vivir
sanamente), porque creemos de corazón que un ambiente de paz (o sano) es mucho
mejor -o lo único bueno- para el efectivo bienestar de nuestros seres queridos,
sobre todo para nuestros hijos y su descendencia, entonces debemos aprender a
dialogar.
Una sociedad sin diálogo no es una sociedad
que pueda algún día alcanzar una plena democracia (gane quien gane). No se
trata solamente de construir escuelas, hospitales y carreteras, lo cual además
de ser definitivamente muy positivo es -o al menos debería ser- el deber de
todo gobierno, sino que además se trata sobre todo de elegir el convivir en un
ambiente de paz o de guerra para nuestra comunidad (y su futuro).
Sin embargo, si para nuestro entorno optamos
por la paz, esta jamás llegará alejada de un sistema auténticamente democrático.
En consecuencia, debemos construir el diálogo (o sea que debemos aprender a
dialogar). Porque el diálogo es una forma de convivencia de carácter positivo. Ya
que todo lo que es considerado bueno (positivo, constructivo, útil, beneficioso,
provechoso) jamás se consigue o alcanza fácilmente ni llega de la noche a la
mañana. Y para dialogar, hay necesariamente que ceder, ha que cambiar de
actitud, hay que ser humilde; es decir, hay que ponerse en el zapato del otro.
Lo que quiero decir, en otras palabras, hay que de corazón aprender a respetar
a quien con uno no concuerda o se le opone, porque todos en una democracia (gracias
al aporte de vida que nos legaron nuestros mayores) SOMOS IGUALES ante la ley. Y por esto, los que queremos la paz,
tenemos que luchar: tenemos que cambiar, no para destruir lo que tenemos o a
quien a uno se le opone, sino para mejorar (desarrollar, evolucionar) lo logrado
(que en definitiva es la mera herencia de nuestros mayores).
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