El amor es el sentimiento que hace que la práctica del bien sea posible.
¿Qué es el bien (lo constructivo, sano, útil, provechoso, beneficioso)?
Muchos consideran, y yo me uno a los que así piensan, que el bien es la práctica cotidiana y consciente de la honestidad, la templanza, el respeto, la ecuanimidad, la solidaridad, la humildad, el equilibrio, la fe, la lealtad, la perseverancia, la delicadeza, etc.).
Soslayar, ignorar o rechazar la práctica diaria y responsable del bien, indefectiblemente conduce al mal (lo destructivo, tóxico, desfavorable, improductivo, perjudicial), condición de la cual lo lleva a uno a dejarse irremediablemente arrastrar con el tiempo por el muy atractivo y cómodo hábito de la mendacidad, la codicia, la desconsideración, la injusticia, el egoísmo, la vanidad, la inestabilidad, la desesperanza, la traición, la alienación, la indiferencia, etc.).
Lo bueno nunca nace o se genera solito (de por sí), sino que más bien es el natural y lógico resultado de la muy dura lucha que implica para todos los seres orgánicos -desde los más simples hasta los más complejos- vencer y superar lo malo que todos de alguna u otra forma tenemos -ya que nadie, pero nadie, es perfecto; excepto, por supuesto, la vida misma-.
El amor es el sentimiento con que el bien de corazón se practica.
Nadie ama a otro ser sin tener en cuenta como el objeto primordial de su amor el pleno bienestar del ser amado.
La falta de amor produce el sentimiento del odio.